forest houses a tent shelters a forest – Angélica Teuta

forest houses a tent shelters a forest – Angélica Teuta

Un bosque contiene una carpa.

Una carpa que contiene un bosque.

Una carpa y un bosque son un hogar.

Intento comenzar este texto una y otra vez. Cada vez que comienzo vuelvo a la misma frase “Un bosque que contiene una carpa, una carpa que contiene un bosque” no puedo evitar entrar en el loop de esta imagen, me atrapa, me arropa. No sólo la imagen y la frase, lo que más me atrapa es esa idea de alojar dentro de un espacio, como un refugio, aquel espacio abierto; el bosque, casi como abrazar el abismo en lo íntimo.

Sombra, la perrita de Angélica, dentro de la carpa es una imagen que me arrastra. Sombra quieta, calma, serena, reposando dentro de aquella carpa en medio del salón, la primera en habitar la obra. Cuando visito el estudio de Angélica, Sombra me recibe ladrando un poco, me rehuye, me ignora para luego irse a su nuevo lugar favorito. No la culpo yo también huiría de todo para ir a alojarme a aquel sitio.

Ahí está esa carpa tendida, conteniendo y arropando, dejando entrar poca luz, dando una sensación de hogar cálido, causando la curiosidad que causa el asomo por la ventana de aquel desconocido, asomarse y encontrarse aquella casa habitada por una familia. Esa sensación se incrementa al tiempo que Angélica me confiesa que esa cobija que cubre por fuera la carpa ha sido tejida por su madre.

El refugio y la carpa son contenedores maternales. Puedo pensar en aquel espacio que nos protege antes de nacer, ese primer hogar que nos da calor antes de arrojarnos al abismo. Ambos, carpa y refugio se alojan dentro de la casa-estudio de Angélica, uno en el salón otro en el estudio, ambos parte de su hábitat.

Asomarme dentro del refugio es un ejercicio performático, el gesto que envuelve el asomo es casi instintivo, agachar el cuerpo, voltear la mirada, dirigir la vista, adentrarse. Este gesto me lleva al recuerdo, pienso en aquella imagen del comedor que se vislumbra por la ventana cuando uno pasa en el autobús y alcanza con curiosidad a husmear dentro de la casa: la familia cenando, la coca-cola en medio de la mesa, el televisor encendido dando la novela, el aire moviendo la cortina y el sonido de las voces familiares que desde fuera casi pueden llevarte a la habitación.

Esa imagen familiar que causa una extrañeza entre lo propio y lo ajeno, aquella sensación que provoca la idea del hogar. La trampa del asomo y la curiosidad de la ventana es algo inevitable a cada que nos encontramos con la obra de Angélica. Es algo bello y siniestro a la vez, pensando a lo Umberto Eco, y uniendo la sensación en lo sublime.

Cada pieza, cada encuentro es una invitación a habitar, gesto que se agradece, la invitación a habitar en este mundo que constantemente busca echarnos de todos lados, todo el tiempo, ya no es habitual, lo único constante es el intento de alejarnos de nosotros, de lo humano, de lo natural, de nuestro hogar, un mundo que acontece sin dejarnos estar, sin dejarnos habitar.

“Cuando todos se hayan ido entonces voy a salir de este refugio”, imagino que piensa Sombra antes de que me marche para dejarla estar en aquel hogar.

 

Texto para la muestra forest houses a tent shelters a forest  de Angélica Teuta en Kasia Michalski Gallery, Varsovia, Polonia.

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